PUN-PUN-TALTA / JOSÉ MOYA

206 páginas

15x23

ISBN 978-987-8465-65-4

Marcial regresa a su ciudad natal y se reencuentra con sus viejos amigos, amores y familiares. El regreso destapa cosas que el tiempo había tapado muy bien. Y algunas cosas se vuelven a dar como si el pasado aún siguiera vigente. O se repiten porque las heridas que no se cierran siguen supurando y doliendo. Personajes entrañables, vistos a través del humor y del dolor, en la prosa de un autor que no le tiene miedo a la aventura, a los neologismos y a enfrentar los devenires de la historia, la política y la otra, la grande y la chica, la de todos. La que todos podríamos contar, aunque seguramente no tan bien lo hace José “Chiquito Moya” en esta novela. 

“La última trinchera. De qué guerra no se sabe, o se prefiere no saber. Pero última trinchera al fin. Tan húmeda como uno imagina una trinchera. Siempre llena de barro. Ahí la gente camina espiando hacia lo que el sargento llama “el enemigo”. Esta última trinchera es toda la ciudad. Una ciudad con pinta de pueblo. Vamos a ponerle Punta. Punta a secas, aunque todo el mundo se va a dar cuenta de qué Punta se trata. Es el viejo berretín de no terminar de llamar a las cosas por su nombre. Aunque sea evidente. Es la manía de reservarse siempre una puerta para el espiante. Una práctica no necesariamente literaria. Y que, entre nosotros, no sirve para nada”.

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Marcial regresa a su ciudad natal y se reencuentra con sus viejos amigos, amores y familiares. El regreso destapa cosas que el tiempo había tapado muy bien. Y algunas cosas se vuelven a dar como si el pasado aún siguiera vigente. O se repiten porque las heridas que no se cierran siguen supurando y doliendo. Personajes entrañables, vistos a través del humor y del dolor, en la prosa de un autor que no le tiene miedo a la aventura, a los neologismos y a enfrentar los devenires de la historia, la política y la otra, la grande y la chica, la de todos. La que todos podríamos contar, aunque seguramente no tan bien lo hace José “Chiquito Moya” en esta novela. 

“La última trinchera. De qué guerra no se sabe, o se prefiere no saber. Pero última trinchera al fin. Tan húmeda como uno imagina una trinchera. Siempre llena de barro. Ahí la gente camina espiando hacia lo que el sargento llama “el enemigo”. Esta última trinchera es toda la ciudad. Una ciudad con pinta de pueblo. Vamos a ponerle Punta. Punta a secas, aunque todo el mundo se va a dar cuenta de qué Punta se trata. Es el viejo berretín de no terminar de llamar a las cosas por su nombre. Aunque sea evidente. Es la manía de reservarse siempre una puerta para el espiante. Una práctica no necesariamente literaria. Y que, entre nosotros, no sirve para nada”.